febrero 2012
«El que venga a mi, no tendrá hambre, y el que crea en mi no tendrá nunca sed.» (Jn 6,35)

29.2.12
El relato de la "Transfiguración de Jesús" fue desde el comienzo muy popular entre sus seguidores. No es un episodio más. La escena, recreada con diversos recursos de carácter simbólico, es grandiosa. Los evangelistas presentan a Jesús con el rostro resplandeciente mientras conversa con Moisés y Elías. Los tres discípulos que lo han acompañado hasta la cumbre de la montaña quedan sobrecogidos. No saben qué pensar de todo aquello. El misterio que envuelve a Jesús es demasiado grande. Marcos dice que estaban asustados.



La escena culmina de forma extraña: «Se formó una nube que los cubrió y salió de la nube una voz: Este es mi Hijo amado. Escuchadlo». El movimiento de Jesús nació escuchando su llamada. Su Palabra, recogida más tarde en cuatro pequeños escritos, fue engendrando nuevos seguidores. La Iglesia vive escuchando su Evangelio.

Este mensaje de Jesús, encuentra hoy muchos obstáculos para llegar hasta los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Al abandonar la práctica religiosa, muchos han dejado de escucharlo para siempre. Ya no oirán hablar de Jesús si no es de forma casual o distraída.

Tampoco quienes se acercan a las comunidades cristianas pueden apreciar fácilmente la Palabra de Jesús. Su mensaje se pierde entre otras prácticas, costumbres y doctrinas. Es difícil captar su importancia decisiva. La fuerza liberadora de su Evangelio queda a veces bloqueada por lenguajes y comentarios ajenos a su espíritu.

Sin embargo, también hoy, lo único decisivo que podemos ofrecer los cristianos a la sociedad moderna es la Buena Noticia proclamada por Jesús, y su proyecto de una vida más sana y digna. No podemos seguir reteniendo la fuerza humanizadora de su Evangelio.

Hemos de hacer que corra limpia, viva y abundante por nuestras comunidades. Que llegue hasta los hogares, que la puedan conocer quienes buscan un sentido nuevo a sus vidas, que la puedan escuchar quienes viven sin esperanza. Hemos de aprender a leer juntos el Evangelio. Familiarizarnos con los relatos evangélicos. Ponernos en contacto directo e inmediato con la Buena Noticia de Jesús. En esto hemos de gastar las energías. De aquí empezará la renovación que necesita hoy la Iglesia.

Cuando la institución eclesiástica va perdiendo el poder de atracción que ha tenido durante siglos, hemos de descubrir la atracción que tiene Jesús, el Hijo amado de Dios, para quienes buscan verdad y vida. Dentro de pocos años, nos daremos cuenta de que todo nos está empujando a poner con más fidelidad su Buena Noticia en el centro del cristianismo.

J.A. Págola

24.2.12
A todos los fieles diocesanos:

Acabamos de comenzar un tiempo de salvación y de gracia: la Santa Cuaresma. El Concilio Vaticano II habla de ella como una preparación a la celebración del Misterio Pascual durante la cual, los fieles, se entregan más intensamente a oír la Palabra de Dios, a la oración y la práctica de la penitencia en el recuerdo de las distintas etapas del Bautismo. (Cf. SC 109)

Es éste, por tanto, un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, nos abramos a la fuerza y al mensaje de la Resurrección del Señor y recorramos un camino de fe, en una peregrinación hacia la fuente de donde mana toda la gracia de la que vive la Iglesia y a la que ahora yo os invito a recibir participando activamente en estos cuarenta días, en que, a imagen del camino de Israel hacia la tierra prometida, o del combate de Jesús en el desierto, nos sintamos miembros del mismo Pueblo de Dios y del mismo Cuerpo de Cristo, la Iglesia.

En el mensaje de cuaresma de este año, el Santo Padre, nos invita a reflexionar sobre el texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24); en él nos exhorta a profundizar en la caridad entendida en toda su verdad: espiritual, social y moral. 

Y para crecer en la caridad es necesario, en primer lugar, fijarse en Jesús, cuya Palabra se hizo carne entre nosotros (Cf. Jn 1, 14). Y mirar a Jesús conlleva convertir nuestro corazón a Dios que nos permita no sólo “ver a Jesús” (Cf Jn 12, 21), sino profundizar en las riquezas del misterio pascual de Cristo para que, renovados en la penitencia, podamos disfrutar de los frutos de la redención, porque “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Cf. Jn 15, 13). 

En este tiempo estamos llamados a “reconciliarnos con Dios”, como nos exhorta San Pablo (Cf. 2 Cor 5, 20) mediante la penitencia y la celebración del Sacramento del perdón, manifestando así que nuestra caridad comienza en el sacrificio de Jesucristo “para el perdón de los pecados” (Cf Mt 26, 28), y es fruto del conocimiento y de nuestra identificación con Él, pues -como repetía el beato Juan Pablo II-, para el cristiano el camino de Dios pasa siempre junto a la casa del hermano. 

Y es en ese caminar donde se inscribe el mensaje del Papa exhortándonos a “fijarnos los unos en los otros para estímulo de la caridad”, afirmando que: 

Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien…el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón”. 

Como podemos ver la atención al otro exige no mostrarse extraño ni indiferente a la suerte de los demás y a preocuparse de su bien, de todo su bien. Es verdad que a menudo prevalece en nosotros la indiferencia o el desinterés que nace del egoísmo. Estamos tan marcados por el relativismo y sus falsos valores, que no nos atrevemos a señalar, cuando es necesario, el camino equivocado que muchos llevan arrastrando a otros en la misma dirección. Les cuesta trabajo a los padres reprender a sus hijos, recordarles sus deberes o advertirles del peligro de los placeres irresponsables. También nosotros mismos reaccionamos mal si alguien nos corrige o nos señala una forma de mejorar. Sin embargo, no podemos ignorar que tenemos una responsabilidad respecto a los otros y esta responsabilidad significa querer el bien del otro, de los otros, deseando que ellos también se abran al bien y a la gracia. 

La solicitud por el bien de los otros nos lleva, por un lado, a ser conscientes de que en nuestra sociedad existen muchas personas a las que no se les ha anunciado de forma adecuada la Buena Nueva. Por otro a descubrir en esta Cuaresma una ocasión para renovar nuestra tensión misionera, nuestros métodos de predicación y de testimonio para que resuene intensamente el mensaje de la salvación.

Igualmente la caridad espiritual nos mueve a ejercer la corrección fraterna con aquellos hermanos que habiendo escuchado y creído el Evangelio, están alejados del Espíritu de Dios. Es éste un tiempo adecuado para llamarlos a avivar la fe, a salir de ese divorcio entre la fe profesada y la vida de espaldas a los valores evangélicos. Y para ofrecerles la oportunidad de la conversión mediante la integración activa en la vida de la comunidad cristiana, pues como dice la Escritura: “ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación” (2Cor 6,2).

Por último, nos invita a no olvidar las profundas necesidades materiales de pan, trabajo, casa, etc. por las que pasan tantas personas en estos momentos. Os invito, pues, en esta Cuaresma, a ser generosos para ayudar a tantos hermanos que sufren la crisis económica, a abrir el corazón para escuchar el sufrimiento del pobre, teniendo siempre presente las palabras de Jesús “porque tuve hambre y me distes de comer, estuve enfermo y me visitasteis…”. (Cf. Mt 25). 

La Iglesia, como madre espiritual nos recuerda las armas del combate: el ayuno –porque “no sólo de pan vive el hombre” (Cf Lc 4,4); la penitencia –como mortificación de aquellas pasiones que nos dominan; la limosna para combatir la idolatría de la codicia (Col 3, 5); y la oración, sobre todo, en su dimensión personal de cara al Señor: “y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará” (Cf Mt 6,6).

Aprovechar las celebraciones litúrgicas –tan abundantes en este tiempo-, así como la preparación y participación en el “Día del Seminario” y en la “Jornada por la vida” que celebraremos en la semana del 19 al 25 de Marzo, es también una oportunidad a nuestro alcance y una forma de sentirnos peregrinos y caminantes al encuentro del Señor. 

Pidamos, por último a la Santísima Virgen María que nos ayude a recorrer el itinerario cuaresmal unidos –como Ella- a su Hijo, el Señor, y a toda la Iglesia en este tiempo de gracia y salvación “hacia las fuentes de la vida eterna” (Cf Sal 23) .

+ José Mazuelos Pérez
Obispo de Asidonia-Jerez

Para oir la Carta en Voz de Monseñor Mazuelos

23.2.12 ,
Por Pbro. D. Luis Piñero Carrasco (23-02-2012)
“Caminar hacia la Pascua por el camino de la conversión y a la escucha de la Palabra de Dios”.

De una manera clarividente y precisa, el Concilio Vaticano II señaló, ya en la constitución Sacrosanctum Concilium (n.109) la doble dimensión que caracteriza al tiempo de Cuaresma: la bautismal y la penitencial. Al mismo tiempo, subrayó que se trata de un tiempo de preparación a la Pascua en un clima de escucha atenta de la Palabra de Dios y de oración incesante.

Nos disponemos a entrar en el saludable tiempo de Cuaresma, tiempo fuerte de gracia y de salvación, uno de esos tiempos que podemos llamar sacramentales.

¿En qué está la fuerza de este tiempo? ¿En qué está la gracia de este sacramento? Diríamos que la Cuaresma es una preparación a fondo para la Pascua. Son unos ejercicios espirituales que te obligan a revisar tus actitudes, a orar, a escuchar la Palabra, a purificar intenciones, a cortar ataduras, a tomar conciencia de tu condición y tu creación, a fijar los ojos en Jesús, para aprendértelo y para seguirlo de cerca. Unos ejercicios para eso: para ejercitarse en el seguimiento de Cristo, hasta coger la forma necesaria. Es un tiempo oportuno y favorable en el que la Iglesia hace un alto en el camino para revisar, reflexionar, corregir, enderezar.

La liturgia nos habla de la Cuaresma como de un tiempo de bendición y de gracia, apto para la conversión y el crecimiento. Por lo tanto no lo debemos perder, no podemos dejar pasar tan beneficiosas oportunidades.



La Cuaresma, te invita a la conversión, pero no simplemente por motivos éticos, sino porque el Señor viene, porque el Señor está cerca o porque el Señor te espera, porque el Señor quiere que le sigas, porque el Señor quiere celebrar su Pascua contigo.

Las cinco semanas de Cuaresma son como los atrios del gran templo pascual, en cuyo interior manan las fuentes abundantes del bautismo, la confirmación y la eucaristía, sacramentos típicamente pascuales. Todo el edificio es sacramental. Entremos, pues, de lleno a este lugar sagrado, en este tiempo sagrado

TE INVITO A MEDITAR: (Punto de partida)

¡DETENERSE!
  • Cualquier día es una oportunidad preciosa para vivir y para creer.
  • Oportunidad para entrar de lleno en el misterio de Dios...
  • Dios ofrece caminos que a veces no llegamos a comprender
RESPIRA…
  • Vuelve a respirar. Respira el aliento de Dios…
  • Ponte gustosamente en las manos de Dios…
  • Cada pequeña acción es un acontecimiento inmenso en el que se nos da el paraíso…
  • Experimenta el amor de Dios; sólo el amor nos puede cambiar…
  • Déjate amar y experimenta que eres amado de Dios…
  • Detenerse junto a Jesús… y junto a Él tener fuerza para el camino…
  • Enfrentarse con la misericordia es lo mejor que nos puede pasar…
  • Al final todo será como Dios quiere que sea… 
SONRIE…
  • La sonrisa es la firma de Dios en los seres humanos…
  • La sonrisa es expresión de que la vida tiene sentido…
  • Padre me pongo en tus manos…
  • Confío infinitamente en Ti, porque eres mi Padre…
  • Acoge la gracia… sólo el amor de Dios es el presente…
CONFIA…
Luis Piñero Carrasco
Arcipreste y Parroco
Santo Domingo de Guzmán de Bornos

22.2.12
Nada hubo de lo que el Señor nos enseñó que antes él no lo practicara. Ha amado a sus enemigos y no es su estilo torturar a los pecadores. También nosotros debemos amar, perdonar, y él eternizará nuestro amar o nuestro no-amar; ¡qué catástrofe pasar una eternidad sin amar! Nosotros hemos nacido para el amor. La vida del cristiano es la libre elección entre amar o no amar por toda la eternidad,elección que compromete todo nuestro ser, toda nuestra vida.

La perfección de la caridad consiste en el amor a los enemigos. A ello nada nos anima tanto como la consideración de aquella admirable paciencia con que el más bello de los hombres ofreció su rostro, lleno de hermosura, a los salivazos de los malvados; sus ojos, cuya mirada gobierna el universo, al velo con que se los taparon los inicuos; su espalda a los azotes; su cabeza, venerada por los principados y potestades, a la crueldad de las espinas; toda su persona a los oprobios e injurias; aquella admirable paciencia, finalmente, con que soportó la cruz, los clavos, la lanzada, la hiel y el vinagre, todo ello con dulzura, con mansedumbre, con serenidad. En resumen, como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.

¿Quién, al oír aquellas palabras, llenas de dulzura, de amor, de inmutable serenidad: Padre, perdónalos, no se decide al momento a amar de corazón a sus enemigos? Padre -dice-, perdónalos. ¿Puede haber una oración que exprese mayor mansedumbre y amor?


Hizo más aún: le pareció poco orar; quiso también excusar, «Padre -dijo- perdónalos, porque no saben lo que hacen. Su pecado ciertamente es muy grande, pero su conocimiento de causa muy pequeño; por eso, Padre, perdónalos. Me crucifican, es verdad, pero no saben a quién crucifican, porque, si lo hubieran conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria; por eso, Padre, perdónalos. Ellos me creen un transgresor de la ley, un usurpador de la divinidad, un seductor del pueblo. Les he ocultado mi faz, no han conocido mi majestad; por eso, Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. »

Por tanto, que el amor del hombre a sí mismo no se deje corromper por las apetencias de la carne. Para no sucumbir a ellas, a que tienda con todo su afecto a la mansedumbre de la carne del Señor. Más aún, para que repose de un modo más perfecto y suave en el gozo del amor fraterno, que estreche también a sus enemigos con los brazos de un amor verdadero.

Y, para que este fuego divino no se enfríe por el impacto de las injurias, que mire siempre, con los ojos de su espíritu, la serena paciencia de su amado Señor y Salvador.

22.2.12
Antes de comenzar a narrar la actividad profética de Jesús, Marcos escribe estos breves versículos: «El Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían». Estas breves líneas son un resumen de las experiencias básicas vividas por Jesús hasta su ejecución en la cruz.

Jesús no ha conocido una vida fácil y tranquila. Ha vivido impulsado por el Espíritu, pero ha sentido en su propia carne las fuerzas del mal. Su entrega apasionada al proyecto de Dios lo ha llevado a vivir una existencia desgarrada por conflictos y tensiones. De él hemos de aprender sus seguidores a vivir en tiempos de prueba.

«El Espíritu empuja a Jesús al desierto». No lo conduce a una vida cómoda. Lo lleva por caminos de pruebas, riesgos y tentaciones. Buscar el reino de Dios y su justicia, anunciar a Dios sin falsearlo, trabajar por un mundo más humano es siempre arriesgado. Lo fue para Jesús y lo será para sus seguidores.

«Se quedó en el desierto cuarenta días». El desierto será el escenario por el que transcurrirá la vida de Jesús. Este lugar inhóspito y nada acogedor es símbolo de prueba y purificación. El mejor lugar para aprender a vivir de lo esencial, pero también el más peligroso para quien queda abandonado a sus propias fuerzas.

«Tentado por Satanás». Satanás significa "el adversario", la fuerza hostil a Dios y a quienes trabajan por su reinado. En la tentación se descubre qué hay en nosotros de verdad o de mentira, de luz o de tinieblas, de fidelidad a Dios o de complicidad con la injusticia.

A lo largo de su vida, Jesús se mantendrá vigilante para descubrir a "Satanás" en las circunstancias más inesperadas. Un día rechazará a Pedro con estas palabras: "Apártate de mí, Satanás, porque tus pensamiento no son los de Dios". Los tiempos de prueba hemos de vivirlos, como él, atentos a lo que nos puede desviar de Dios.



«Vivía entre alimañas, y los ángeles le servían». Las fieras, los seres más violentos de la tierra, evocan los peligros que amenazarán a Jesús. Los ángeles, los seres más buenos de la creación, sugieren la cercanía de Dios que lo bendice, cuida y sostiene. Así vivirá Jesús: defendiéndose de Antipas al que llama "zorra" y buscando en la oración de la noche la fuerza del Padre.

Hemos de vivir estos tiempos difíciles con los ojos fijos en Jesús. Es el Espíritu de Dios el que nos está empujando al desierto. De esta crisis saldrá un día una Iglesia más humilde y más fiel a su Señor.

EMPUJADOS AL DESIERTO

Marcos presenta la escena de Jesús en el desierto como un resumen de su vida. Señalo algunas claves. Según el evangelista, «el Espíritu empuja a Jesús al desierto». No es una iniciativa suya. Es el Espíritu de Dios el que lo desplaza hasta colocarlo en el desierto: la vida de Jesús no va a ser un camino de éxito fácil; más bien le esperan pruebas, inseguridad y amenazas.

Pero el «desierto» es, al mismo tiempo, el mejor lugar para escuchar, en silencio y soledad, la voz de Dios. El lugar al que hay que volver en tiempos de crisis para abrirle caminos al Señor en el corazón del pueblo. Así se pensaba en la época de Jesús.

En el desierto, Jesús «es tentado por Satanás». Nada se dice del contenido de las tentaciones. Sólo que provienen de «Satanás», el Adversario que busca la ruina del ser humano destruyendo el plan de Dios. Ya no volverá a aparecer en todo el evangelio de Marcos. Jesús lo ve actuando en todos aquellos que lo quieren desviar de su misión, incluido Pedro.

El breve relato termina con dos imágenes en fuerte contraste: Jesús «vive entre fieras», pero «los ángeles le sirven». Las «fieras», los seres más violentos de la creación, evocan los peligros que amenazarán siempre a Jesús y su proyecto. Los «ángeles», los seres más buenos de la creación, evocan la cercanía de Dios que bendice, cuida y defiende a Jesús y su misión.

El cristianismo está viviendo momentos difíciles. Siguiendo los estudios sociológicos, nosotros hablamos de crisis, secularización, rechazo por parte del mundo moderno… Pero tal vez, desde una lectura de fe, hemos de decir algo más: ¿No será Dios quien nos está empujando a este «desierto»? ¿No necesitábamos algo de esto para liberarnos de tanta vanagloria, poder mundano, vanidad y falsos éxitos acumulados inconscientemente durante tantos siglos? Nunca habríamos elegido nosotros estos caminos.

Esta experiencia de desierto, que irá creciendo en los próximos años, es un tiempo inesperado de gracia y purificación que hemos de agradecer a Dios. El seguirá cuidando su proyecto. Sólo se nos pide rechazar con lucidez las tentaciones que nos pueden desviar una vez más de la conversión a Jesucristo.

TENTACIONES

No le resultó nada fácil a Jesús mantenerse fiel a la misión recibida de su Padre, sin desviarse de su voluntad. Los evangelios recuerdan su lucha interior y las pruebas que tuvo que superar, junto a sus discípulos, a lo largo de su vida.

Los maestros de la ley lo acosaban con preguntas capciosas para someterlo al orden establecido, olvidando al Espíritu que lo impulsaba a curar incluso en sábado. Los fariseos le pedían que dejara de aliviar el sufrimiento de la gente y realizara algo más espectacular, "un signo del cielo", de proporciones cósmicas, con el que Dios lo confirmara ante todos.

Las tentaciones le venían incluso de sus discípulos más queridos. Santiago y Juan le pedían que se olvidara de los últimos, y pensara más en reservarles a ellos los puestos de más honor y poder. Pedro le reprende porque pone en riesgo su vida y puede terminar ejecutado.

Sufría Jesús y sufrían también sus discípulos. Nada era fácil ni claro. Todos tenían que buscar la voluntad del Padre superando pruebas y tentaciones de diverso género. Pocas horas antes de ser detenido por las fuerzas de seguridad del templo Jesús les dice así: "Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas" (Lucas 22,28).

El episodio conocido como "las tentaciones de Jesús" es un relato en el que se reagrupan y resumen las tentaciones que hubo de superar Jesús a lo largo de toda su vida. Aunque vive movido por el Espíritu recibido en el Jordán, nada le dispensa de sentirse atraído hacia formas falsas de mesianismo.
¿Ha de pensar en su propio interés, o escuchar la voluntad del Padre? ¿Ha de imponer su poder de Mesías, o ponerse al servicio de quienes lo necesitan? ¿Ha de buscar su propia gloria, o manifestar la compasión de Dios hacia los que sufren? ¿Ha de evitar riesgos y eludir la crucifixión, o entregarse a su misión confiando en el Padre?

El relato de las tentaciones de Jesús fue recogido en los evangelios para alertar a sus seguidores. Hemos de ser lúcidos. El Espíritu de Jesús está vivo en su Iglesia, pero los cristianos no estamos libres de falsear una y otra vez nuestra identidad cayendo en múltiples tentaciones.

Identificar hoy las tentaciones de la Iglesia y de la jerarquía, de los cristianos y de sus comunidades; hacernos conscientes de ellas como Jesús; y afrontarlas como lo hizo él, es lo primero para seguirle con fidelidad. Una Iglesia que no es consciente de sus tentaciones, pronto falseará su identidad y su misión. ¿No nos está sucediendo algo de esto? ¿No necesitamos más lucidez y vigilancia para no caer en la infidelidad?

J.A.Págola

21.2.12
Por Mons. Juan del Río
21 de febrero de 2012

El itinerario cuaresmal que se inaugura con el llamando miércoles de cenizas, nos conduce al núcleo esencial del cristianismo que es el Misterio Pascual. Cada año la Iglesia se renueva constantemente con la celebración de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que nos liberado del pecado y de la muerte eterna.

Benedicto XVI nos ofrece su Mensaje anual de la Cuaresma centrado en el texto de la carta a los Hebreo: “Fijémonos los unos en los otros para el estímulo de la caridad y las buenas obras” (10,24). Su planteamiento es muy original y su contenido es sapiencial. El trípode clásico de: oración, ayuno y limosna, es abordado desde la perspectiva de la virtud de la caridad, que se manifiesta en obras de reconocimiento de Dios y de aprecio hacia los hermanos.

Estamos ante todo en un tiempo dedicado al Señor. El cristiano lo primero que ha de hacer es “fijarse en Jesús”, mediante la intensificación del trato asiduo con Él, por la oración, la vida sacramental, y el desprendimiento en favor del prójimo al estilo del Maestro. Es necesario, que la existencia de cada uno de los bautizados este centrada en Dios cómo único absoluto, como la única verdad que da razón de ser a nuestra vida. La Cuaresma es terapia del espíritu que nos purifica y nos capacita para que entremos en nuestra “bodega interior”, donde resuena la Palabra de vida eterna que nos dice: “Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna; prendado está el rey de tu belleza: póstrate ante él, que él es tu Señor” (Sal 44, 11-12). Sólo en el silencio orante sentimos la gracia de la conversión.

Desde esta experiencia del Dios vivo revelado en Cristo Redentor, se descubre la responsabilidad para con los hermanos, estableciendo relaciones caracterizadas por el cuidado recíproco, por la atención “del bien del otro y de todo su bien”. Esto quiere decir, que la Cuaresma es también tiempo dedicado a los hombres, no sólo porque estamos llamados a incrementar nuestras limosnas en favor de los más necesitados, sino porque debemos crecer en humanidad ante el indiferentismo que domina nuestra sociedad actual.

¿Cómo se hace esto? No en razón de una ideología o teoría sociológica sobre los pobres, sino viendo en el hermano menesteroso el rostro sufriente de Dios que reclama una respuesta concreta y generosa en: fraternidad, solidaridad, justicia, misericordia y compasión. La liturgia cuaresmal nos hace más sensibles a las necesidades corporales y espirituales de nuestros semejantes. Si eso no se diera, estaríamos en un culto vacío, y no “en espíritu y verdad” como pide el Evangelio (Jn 4, 19: Cf. Lc 10,30-32). Por eso afirma el Papa que: “la atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, morales y espirituales”.

No debemos quedarnos en una Cuaresma meramente asistencial, “que reduce la vida sólo a la dimensión terrena, olvidando la perspectiva escatológica”. El ejercicio de las buenas obras de estos días ha de ser integral: de “cuerpo y alma”. Es decir, practicando las Obras de Misericordia tanto corporales como espirituales. Por eso, la caridad también se ejercita cuando nos preocupamos por ejemplo de: corregir al hermano con humildad, de ayudarle a que recupere el buen camino, de animarlo para que persevere en la vida cristiana y pueda alcanzar salvación eterna. Convendría no olvidar que nuestra existencia personal y el mismo rostro de la Iglesia, está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como el mal. Así sucede que en la actualidad, para superar esta cultura secularista, es imprescindible el testimonio de la fe cristiana, que se manifiesta en las buenas obras.

La Cuaresma es una ocasión de gracia para caminar juntos en la santidad y en una caridad cada vez más fecunda. Para ello hay que rechazar una serie de tentaciones, como puedan ser: el creerse que uno ya está convertido, vivir en una tibieza espiritual, el no poner a disposición de los demás los talentos que el Señor nos ha regalado, el quedarse en lo puramente exterior de los medios e instituciones y no caminar al encuentro del Señor Resucitado.

+ Juan del Río Martín
Arzobispo Castrense de España

20.2.12

      Empezamos hoy los santos cuarenta días de la cuaresma, y debemos examinar atentamente por qué esta abstinencia es observada durante cuarenta días. Moisés, para recibir la Ley una segunda vez, ayunó cuarenta días (Gn 34,28). Elías, en el desierto, se abstuvo de comer cuarenta días (1R 19,8). El Creador mismo de los hombres, viniendo entre los hombres, no tomó el menor alimento durante cuarenta días (Mt 4,2). Esforcémonos, nosotros también, en cuanto nos sea posible, de frenar nuestro cuerpo por la abstinencia en este tiempo de la cuaresma, a fin de llegar a ser, según las palabras de Pablo, "una hostia viva" (Rm 12,1). El hombre es una ofrenda a la vez viva e inmolada (cf Ap 5,6) cuando, sin dejar esta vida, hace morir en él los deseos de este mundo.


        Es la satisfacción de la carne la que nos provocó al pecado (Gn 3,6); que la carne mortificada nos devuelva el perdón. El autor de nuestra muerte, Adán, transgredió los preceptos de vida, comiendo la fruta prohibida del árbol. Hace falta pues, que nosotros, que perdimos las alegrías del Paraíso por causa de un alimento, nos esforcemos en reconquistarlas por la abstinencia.

        Pero quién se imagina que sólo la abstinencia nos baste. El Señor dice por la boca del profeta: "¿El ayuno que prefiero no consiste más bien en esto? Compartir tu pan con hambriento, recibir en tu casa a los pobres y los vagabundos, vestir al que ves sin ropa, y no despreciar a tu semejante" (Is 58,6-7). Este es el ayuno que Dios quiere: un ayuno realizado en el amor al prójimo e impregnado de bondad. Da pues a los otros, aquello de lo que tú te abstienes; así, tu penitencia corporal aliviará el bienestar corporal de tu prójimo, que está necesitado.

San Gregorio Magno (v. 540-604), papa y doctor de la Iglesia
Homilías sobre los evangelios, n° 16, 5

19.2.12 ,
Como cada comienzo de Cuaresma, nuestra Hermandad  se encarga de obtener la ceniza  que resulta de la quema de las ramas de olivo que se guardaron desde el Domingo de Ramos del año anterior.



Hoy martes nuestro Mayordomo se ha encargado de hacerla llegar a nuestro Parroco y Director Espiritual para que sea utilizada mañana Miercoles de Ceniza dentro de la Eucaristía, cuando se imponga a los fieles.


Es la llamada definitiva para dar comienzo al período preparatorio para la Pascua del Señor, que dará paso a la Semana Santa 2012  y que culminará con su Gloriosa Resurrección.

En un breve espacio de tiempo os daremos a conocer el calendario de nuestra Hermandad para general conocimiento y aprovechamiento de todos.

18.2.12
Conoce el significado e importancia del miércoles de Ceniza como el inicio formal a la Cuaresma

El miércoles de Ceniza es el principio de la Cuaresma; un día especialmente penitencial, en el que manifestamos nuestro deseo personal de conversión a Dios.


Al acercarnos a los templos a que nos impongan la ceniza, expresamos con humildad y sinceridad de corazón, que deseamos convertirnos y creer de verdad en el Evangelio.

El origen de la imposición de la ceniza pertenece a la estructura de la penitencia canónica. Empieza a ser obligatorio para toda la comunidad cristiana a partir del siglo X. La liturgia actual, conserva los elementos tradicionales: imposición de la ceniza y ayuno riguroso.

La bendición e imposición de la ceniza tiene lugar dentro de la Misa, después de la homilía; aunque en circunstancias especiales, se puede hacer dentro de una celebración de la Palabra. Las fórmulas de imposición de la ceniza se inspiran en la Escritura: Génesis, 3, 19 y Marcos 1, 15.

La ceniza procede de los ramos bendecidos el Domingo de la Pasión del Señor, del año anterior, siguiendo una costumbre que se remonta al siglo XII. La fórmula de bendición hace relación a la condición pecadora de quienes la recibirán.

El simbolismo de la ceniza es el siguiente:


  • a) Condición débil y caduca del hombre, que camina hacia la muerte.
  • b) Situación pecadora del hombre.  
  • c) Oración y súplica ardiente para que el Señor acuda en su ayuda.  
  • d) Resurrección, ya que el hombre está destinado a participar en el triunfo de Cristo.


La ceniza es el residuo de la combustión por el fuego de las cosas o de las personas. Este símbolo ya se emplea en la primera página de la Biblia cuando se nos cuenta que "Dios formó al hombre con polvo de la tierra" (Gen 2,7). Eso es lo que significa el nombre de "Adán". Y se le recuerda enseguida que ése es precisamente su fin: "hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho" (Gn 3,19).

Por extensión, pues, representa la conciencia de la nada, de la nulidad de la creatura con respecto al Creador, según las palabras de Abrahán: "Aunque soy polvo y ceniza, me atrevo a hablar a mi Señor" (Gn 18,27).

Esto nos lleva a todos a asumir una actitud de humildad ("humildad" viene de humus, "tierra"): "polvo y ceniza son los hombres" (Si 17,32), "todos caminan hacia una misma meta: todos han salido del polvo y todos vuelven al polvo" (Qo 3,20), "todos expiran y al polvo retornan" (Sal 104,29). Por lo tanto, la ceniza significa también el sufrimiento, el luto, el arrepentimiento. En Job (Jb 42,6) es explícítamente signo de dolor y de penitencia. De aquí se desprendió la costumbre, por largo tiempo conservada en los monasterios, de extender a los moribundos en el suelo recubierto con ceniza dispuesta en forma de cruz. La ceniza se mezcla a veces con los alimentos de los ascetas y la ceniza bendita se utiliza en ritos como la consagración de una iglesia, etc.

La costumbre actual de que todos los fieles reciban en su frente o en su cabeza el signo de la ceniza al comienzo de la Cuaresma no es muy antiguo.

En los primeros siglos se expresó con este gesto el camino cuaresmal de los "penitentes", o sea, del grupo de pecadores que querían recibir la reconciliación al final de la Cuaresma, el Jueves Santo, a las puertas de la Pascua. Vestidos con hábito penitencial y con la ceniza que ellos mismos se imponían en la cabeza, se presentaban ante la comunidad y expresaban así su conversión.

En el siglo XI, desaparecida ya la institución de los penitentes como grupo, se vio que el gesto de la ceniza era bueno para todos, y así, al comienzo de este período litúrgico, este rito se empezó a realizar para todos los cristianos, de modo que toda la comunidad se reconocía pecadora, dispuesta a emprender el camino de la conversión cuaresmal.

En la última reforma litúrgica se ha reorganizado el rito de la imposición de la ceniza de un modo más expresivo y pedagógico. Ya no se realiza al principio de la celebración o independientemente de ella, sino después de las lecturas bíblicas y de la homilía. Así la Palabra de Dios, que nos invita ese día a la conversión, es la que da contenido y sentido al gesto.

Además, se puede hacer la imposición de las cenizas fuera de la Eucaristía -en las comunidades que no tienen sacerdote-, pero siempre en el contexto de la escucha de la Palabra.

15.2.12
Jesús fue considerado por sus contemporáneos como un curador singular. Nadie lo confunde con los magos o curanderos de la época. Tiene su propio estilo de curar. No recurre a fuerzas extrañas ni pronuncia conjuros o fórmulas secretas. No emplea amuletos ni hechizos. Pero cuando se comunica con los enfermos contagia salud.
Los relatos evangélicos van dibujando de muchas maneras su poder curador. Su amor apasionado a la vida, su acogida entrañable a cada enfermo, su fuerza para regenerar lo mejor de cada persona, su capacidad de contagiar su fe en Dios creaban las condiciones que hacían posible la curación.
Jesús no ofrece remedios para resolver un problema orgánico. Se acerca a los enfermos buscando curarlos desde su raíz. No busca solo una mejoría física. La curación del organismo queda englobada en una sanación más integral y profunda. Jesús no cura solo enfermedades. Sana la vida enferma.

Los diferentes relatos lo van subrayando de diversas maneras. Libera a los enfermos de la soledad y la desconfianza contagiándoles su fe absoluta en Dios: "Tú, ¿ya crees?". Al mismo tiempo, los rescata de la resignación y la pasividad, despertando en ellos el deseo de iniciar una vida nueva: "Tú, ¿quieres curarte?".

No se queda ahí. Jesús los libera de lo que bloquea su vida y la deshumaniza: la locura, la culpabilidad o la desesperanza. Les ofrece gratuitamente el perdón, la paz y la bendición de Dios. Los enfermos encuentran en él algo que no les ofrecen los curanderos populares: una relación nueva con Dios que los ayudará a vivir con más dignidad y confianza.
Marcos narra la curación de un paralítico en el interior de la casa donde vive Jesús en Cafarnaún. Es el ejemplo más significativo para destacar la profundidad de su fuerza curadora. Venciendo toda clase de obstáculos, cuatro vecinos logran traer hasta los pies de Jesús a un amigo paralítico.
Jesús interrumpe su predicación y fija su mirada en él. ¿Dónde está el origen de esa parálisis? ¿Qué miedos, heridas, fracasos y oscuras culpabilidades están bloqueando su vida? El enfermo no dice nada, no se mueve. Allí está, ante Jesús, atado a su camilla.
¿Qué necesita este ser humano para ponerse en pie y seguir caminando? Jesús le habla con ternura de madre: «Hijo, tus pecados quedan perdonados». Deja de atormentarte. Confía en Dios. Acoge su perdón y su paz. Atrévete a levantarte de tus errores y tu pecado. Cuántas personas necesitan ser curadas por dentro. ¿Quién les ayudará a ponerse en contacto con un Jesús curador?
Contagia tu fe en el perdón de Dios
J.A.Págola

7.2.12

Jesús era muy sensible al sufrimiento de quienes encontraba en su camino, marginados por la sociedad, despreciados por la religión o rechazados por los sectores que se consideraban superiores moral o religiosamente. Es algo que le sale de dentro. Sabe que Dios no discrimina a nadie. No rechaza ni excomulga. No es solo de los buenos. A todos acoge y bendice. Jesús tenía la costumbre de levantarse de madrugada para orar. En cierta ocasión desvela cómo contempla el amanecer: "Dios hace salir su sol sobre buenos y malos". Así es él.

Por eso, a veces, reclama con fuerza que cesen todas las condenas: "No juzguéis y no seréis juzgados". Otras, narra pequeñas parábolas para pedir que nadie se dedique a "separar el trigo y la cizaña" como si fuera el juez supremo de todos.

Pero lo más admirable es su actuación. El rasgo más original y provocativo de Jesús fue su costumbre de comer con pecadores, prostitutas y gentes indeseables. El hecho es insólito. Nunca se había visto en Israel a alguien con fama de "hombre de Dios" comiendo y bebiendo animadamente con pecadores. Los dirigentes religiosos más respetables no lo pudieron soportar. Su reacción fue agresiva: "Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de pecadores". Jesús no se defendió. Era cierto. En lo más íntimo de su ser sentía un respeto grande y una amistad conmovedora hacia los rechazados por la sociedad o la religión.


Marcos recoge en su relato la curación de un leproso para destacar esa predilección de Jesús por los excluidos. Jesús está atravesando una región solitaria. De pronto se le acerca un leproso. No viene acompañado por nadie. Vive en la soledad. Lleva en su piel la marca de su exclusión. Las leyes lo condenan a vivir apartado de todos. Es un ser impuro. De rodillas, el leproso hace a Jesús una súplica humilde. Se siente sucio. No le habla de enfermedad. Solo quiere verse limpio de todo estigma: «Si quieres, puedes limpiarme». Jesús se conmueve al ver a sus pies aquel ser humano desfigurado por la enfermedad y el abandono de todos. Aquel hombre representa la soledad y la desesperación de tantos estigmatizados.


Jesús «extiende su mano» buscando el contacto con su piel, «lo toca» y le dice: «Quiero. Queda limpio». Siempre que discriminamos desde nuestra supuesta superioridad moral a diferentes grupos humanos (vagabundos, prostitutas, toxicómanos, sidóticos, inmigrantes, homosexuales...), o los excluimos de la convivencia negándoles nuestra acogida, nos estamos alejando gravemente de Jesús.

J.A.Págola 

Anfora y Corazón

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