noviembre 2011
«El que venga a mi, no tendrá hambre, y el que crea en mi no tendrá nunca sed.» (Jn 6,35)

28.11.11
La liturgia con su realismo y sus contenidos pone a la Iglesia en un tiempo de características y expresiones espirituales: la espera, la esperanza, la oración por la salvación universal.

Preparándonos a la fiesta de Navidad, nosotros pensamos en los justos del AT que han esperado la primera venida del Mesías. Leemos los oráculos de sus profetas, cantamos sus salmos y recitamos sus oraciones.

Pero nosotros no hacemos esto poniéndonos en su lugar como si el Mesías no hubiese venido todavía, sino para apreciar mejor el don de la salvación que nos ha traído.


El Adviento para nosotros es un tiempo real. Podemos recitar con toda verdad la oración de los justos del AT y esperar el cumplimiento de las profecías porque éstas no se han realizado todavía plenamente; se cumplirán con la segunda venida del Señor. Debemos esperar y preparar esta última venida.

En el realismo del Adviento podemos recoger algunas actualizaciones que ofrecen realismo a la oración litúrgica y a la participación de la comunidad:

- La Iglesia ora por un Adviento pleno y definitivo, por una venida de Cristo para todos los pueblos de la tierra que todavía no han conocido al Mesías o no lo reconocen aún al único Salvador.

- La Iglesia recupera en el Adviento su misión de anuncio del Mesías a todas las gentes y la conciencia de ser "reserva de esperanza" para toda la humanidad, con la afirmación de que la salvación definitiva del mundo debe venir de Cristo con su definitiva presencia escatológica.

- En un mundo marcado por guerras y contrastes, las experiencias del pueblo de Israel y las esperas mesiánicas, las imágenes utópicas de la paz y de la concordia, se convierten reales en la historia de la Iglesia de hoy que posee la actual "profecía" del Mesías Libertador.

- En la renovada conciencia de que Dios no desdice sus promesas -¡lo confirma la Navidad!- la Iglesia a través del Adviento renueva su misión escatológica para el mundo, ejercita su esperanza, proyecta a todos los hombres hacia un futuro mesiánico del cual la Navidad es primicia y confirmación preciosa.

A la luz del misterio de María, la Virgen del Adviento, la Iglesia vive en este tiempo litúrgico la experiencia de ser ahora "como una María histórica" que posee y da a los hombres la presencia y la gracia del Salvador.

La espiritualidad del Adviento resulta así una espiritualidad comprometida, un esfuerzo hecho por la comunidad para recuperar la conciencia de ser Iglesia para el mundo, reserva de esperanza y de gozo. Más aún, de ser Iglesia para Cristo, Esposa vigilante en la oración y exultante en la alabanza del Señor que viene.
Texto de Arciprensa.com
Imagen de la Red

27.11.11
Es el tiempo mariano por excelencia del Año litúrgico. Lo ha expresado con toda autoridad Pablo VI en la Marialis Cultus, nn. 3-4.

Históricamente la memoria de María en la liturgia ha surgido con la lectura del Evangelio de la Anunciación antes de Navidad en el que con razón ha sido llamado el domingo mariano prenatalicio.

Hoy el Adviento ha recuperado de lleno este sentido con una serie de elementos marianos de la liturgia, que podemos sintetizar de la siguiente manera:

- Desde los primeros días del Adviento hay elementos que recuerdan la espera y la acogida del misterio de Cristo por parte de la Virgen de Nazaret.

- La solemnidad de la Inmaculada Concepción se celebra como "preparación radical a la venida del Salvador y feliz principio de la Iglesia sin mancha ni arruga ("Marialis Cultus 3).

- En las ferias del 17 al 24 el protagonismo litúrgico de la Virgen es muy característico en las lecturas bíblicas, en el tercer prefacio de Adviento que recuerda la espera de la Madre, en algunas oraciones, como la del 20 de diciembre que nos trae un antiguo texto del Rótulo de Ravena o en la oración sobre las ofrendas del IV domingo que es una epíclesis significativa que une el misterio eucarístico con el misterio de Navidad en un paralelismo entre María y la Iglesia en la obra del único Espíritu.

En una hermosa síntesis de títulos. I. Calabuig presenta en estas pinceladas la figura de la Virgen del Adviento:

- Es la "llena de gracia", la "bendita entre las mujeres", la "Virgen", la "Esposa de Jesús", la "sierva del Señor".

- Es la mujer nueva, la nueva Eva que restablece y recapitula en el designio de Dios por la obediencia de la fe el misterio de la salvación.

- Es la Hija de Sion, la que representa el Antiguo y el Nuevo Israel.

- Es la Virgen del Fiat, la Virgen fecunda. Es la Virgen de la escucha y de la acogida.

En su ejemplaridad hacia la Iglesia, María es plenamente la Virgen del Adviento en la doble dimensión que tiene siempre en la liturgia su memoria: presencia y ejemplaridad. Presencia litúrgica en la palabra y en la oración, para una memoria grata de Aquélla que ha transformado la espera en presencia, la promesa en don. Memoria de ejemplaridad para una Iglesia que quiere vivir como María la nueva presencia de Cristo, con el Adviento y la Navidad en el mundo de hoy.

En la feliz subordinación de María a Cristo y en la necesaria unión con el misterio de la Iglesia, Adviento es el tiempo de la Hija de Sión, Virgen de la espera que en el "Fiat" anticipa el Marana thá de la Esposa; como Madre del Verbo Encarnado, humanidad cómplice de Dios, ha hecho posible su ingreso definitivo, en el mundo y en la historia del hombre.

Texto de Arciprensa.com
Imagen de la Red

26.11.11

La teología litúrgica del Adviento se mueve, en las dos líneas enunciadas por el Calendario romano: la espera de la Parusía, revivida con los textos mesiánicos escatológicos del AT y la perspectiva de Navidad que renueva la memoria de alguna de estas promesas ya cumplidas aunque si bien no definitivamente.


El tema de la espera es vivido en la Iglesia con la misma oración que resonaba en la asamblea cristiana primitiva: el Marana-tha (Ven Señor) o el Maran-athá (el Señor viene) de los textos de Pablo (1 Cor 16,22) y del Apocalipsis (Ap 22,20), que se encuentra también en la Didaché, y hoy en una de las aclamaciones de la oración eucarística. Todo el Adviento resuena como un "Marana-thá" en las diferentes modulaciones que esta oración adquiere en las preces de la Iglesia.

La palabra del Antiguo Testamento invita a repetir en la vida la espera de los justos que aguardaban al Mesías; la certeza de la venida de Cristo en la carne estimula a renovar la espera de la última aparición gloriosa en la que las promesas mesiánicas tendrán total cumplimiento ya que hasta hoy se han cumplido sólo parcialmente. El primer prefacio de Adviento canta espléndidamente esta compleja, pero verdadera realidad de la vida cristiana.

El tema de la espera del Mesías y la conmemoración de la preparación a este acontecimiento salvífico toma pronto su auge en los días feriales que preceden a la Navidad. La Iglesia se siente sumergida en la lectura profética de los oráculos mesiánicos. Hace memoria de nuestros Padres en la Fe, patrísticas y profetas, escucha a Isaías, recuerda el pequeño núcleo de los anawim de Yahvé que está allí para esperarle: Zacarías, Isabel, Juan, José, María.

El Adviento resulta así como una intensa y concreta celebración de la larga espera en la historia de la salvación, como el descubrimiento del misterio de Cristo presente en cada página del AT, del Génesis hasta los últimos libros Sapienciales. Es vivir la historia pasada vuelta y orientada hacia el Cristo escondido en el AT que sugiere la lectura de nuestra historia como una presencia y una espera de Cristo que viene.

En el hoy de la Iglesia, Adviento es como un redescubrir la centralidad de Cristo en la historia de la salvación. Se recuerdan sus títulos mesiánicos a través de las lecturas bíblicas y las antífonas: Mesías, Libertador, Salvador, Esperado de las naciones, Anunciado por los profetas... En sus títulos y funciones Cristo, revelado por el Padre, se convierte en el personaje central, la clave del arco de una historia, de la historia de la salvación.

                                                                                                      Texto de Arciprensa.com
                                                                                                                                       Imagen de la red

24.11.11 ,
Os anunciamos que hemos iniciado conversaciones con la dirección de la Banda de Cornetas y Tambores de Lebrija “Amor y Sacrificio”, para que después de casi 18 años vuelvan a acompañar a nuestros titulares el Miércoles Santo de 2012.


Aunque han sufrido una reorganización y un cambio de estilo, desde el año pasado están empujando fuerte con un repertorio amplio y con las mismas buenas maneras que lo hacían antes.

D. Gustavo Piñero Ruiz nos ha manifestado su predisposición para que el Miércoles Santo esta Banda de indudable calidad, esté presente en nuestra Estación de Penitencia. Para muestra, un botón de su estilo trianero, grabado en el certamen de bandas María Santísima de la Soledad de Dos Hermanas en abril de 2011 .


Esperamos que las conversaciones lleguen a buen puerto y contémos con su presencia. Os seguiremos informando.



23.11.11 ,
Es para nosotros una gran satisfacción y motivo de alegría que se haya nombrado Pregonero de la Semana Mayor de 2012 a D. José Luis Palmero García, secretario de nuestra Hermandad.


Conocido por todos en nuestra Parroquia, viene desarrollando una importante labor al frente de la secretaría del Consejo Parroquial desde hace ya unos años, al frente de la Secretaría de nuestra Hermandad, como catequista, como miembro de la Coral Santo Domingo de Guzmán y como miembro del grupo de lectores de nuestra Comunidad, entre otras labores.

José Luis, Licenciado en Economía por la Universidad de Sevilla y que desarrolla su actividad profesional en el Instituto de Enseñanzas Medias EL Convento, tiene ahora por delante unos días, que culminarán el Domingo de Pasión, para anunciarnos el comienzo de nuestra Semana Mayor 2012.

Nuestras felicitaciones a su mujer Pepi, a sus hijos José Luis y Carmen y a su familia, porque sin duda será un acontecimiento que quedará gratamente grabado en sus memorias y en la nuestra. Adelante y suerte “Secretario”.

18.11.11
Ofrecemos a nuestros seguidores la firma del Arzobispo Castrense de España D. Juan del Río Martín, quien aborda un interesante tema escatológico unas veces negado hoy, otras debatido, y otras utilizado por sectas de todo pelaje: el infierno. 

Algunos se han empeñado en dejar vacío el infierno, movidos por un fuerte sentimentalismo que representa “el buenísimo religioso”. Esta postura es falaz porque adolece de un doble error: que el amor divino no puede estar en contradicción con la justicia (cf. Conc. IV de Letrán) y que ignora el papel de la libertad del sujeto. “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”, dirá san Agustín. En esta misma línea, dice el Papa actual: “puede haber personas que han destruido totalmente en sí mismas el deseo de la verdad y la disponibilidad para el amor. Personas en las que todo se ha convertido en mentira; personas que han vivido para el odio y que han pisoteado el mismo amor. Ésta es una perspectiva terrible, pero en algunos casos de nuestra propia historia podemos distinguir con horror figuras de este tipo. En semejantes individuos no habría ya nada remediable y la destrucción del bien sería irrevocable: esto es lo que se indica con la palabra infierno” (Benedicto XVI, Spe Salvi, 45).


Dios no predestina a nadie a ir al infierno. Su existencia no es un invento de la Iglesia para tener a sus fieles atemorizados. Nunca el miedo nos acerca al Señor, porque estrecha la mente, anquilosa el corazón y nos hace inoperantes. En cambio, el “santo temor de Dios” y el no olvidar que podemos ser merecedores de “las penas del infierno”, es otra cosa muy distinta, porque nos estimula al reconocimiento continuo de la grandeza del amor divino, a la conversión del corazón y a mantener una actitud vigilante en nuestra vida.

Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia acerca del infierno no son amenazas, sino llamamientos a la responsabilidad con la que el hombre debe usar su libertad en relación con Dios, con los demás y consigo mismo. Sólo aquellos que mantienen una aversión voluntaria a Dios (pecado mortal) y persisten en él hasta el final de sus días, escucharán la sentencia divina: “apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, que fue destinado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25,41). Ese “fuego que nunca se apaga”, que diría Jesús (cf. Mt 5,22.29; 13, 42.50; Mc 9,43-48), representa la separación total y eterna de Dios. En esa situación el pecador sufrirá la infelicidad, se hallará “en tinieblas y en sombras de muerte” para siempre (cf. Vaticano II, LG, 48; CAT 1035).

Si algunos piensan que esto es exagerado y pasado de moda, les remito a que repasen “los infiernos humanos”, fabricados por las ideolologías deshumanizadas y las estructuras sociales injustas, que pisotean la dignidad de los hombres y de los pueblos. Que vean “los infiernos familiares” como consecuencias del desamor, del engaño y que, en muchísimas ocasiones, llegan hasta la violencia de todo tipo. Se pueden continuar analizando tantos “infiernos personales”, que son frutos del egoísmo y del desprecio de lo más elemental, que es el cumplimiento de los Diez Mandamientos. Y contemplando este panorama de “infiernos”, ¿se podrá negar la existencia de un infierno eterno después de la muerte? ¿No son los mismos que hacen aquí estos “infiernos” lo que se ganan a pulso ser miembros del reino del diablo? Porque, como dice san Agustín: “se hizo digno de pena eterna el hombre que aniquiló en sí el bien que pudo ser eterno” (La ciudad de Dios, 11) ¡No olvidemos nunca, que el misterio de la “otra orilla”, se anticipa de alguna manera en esta “otra orilla”!



† Juan del Río Martín,
Arzobispo Castrense de España

Anfora y Corazón

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