septiembre 2011
«El que venga a mi, no tendrá hambre, y el que crea en mi no tendrá nunca sed.» (Jn 6,35)

30.9.11
Un pueblo que produzca sus frutos
Mt 21, 33-43

¿Qué hay que hacer en la vida para acertar? No es fácil responder, pero sin duda es una pregunta vital. ¿Cómo hemos de vivir para que se pueda decir que nuestra vida es un acierto? Nos podemos equivocar en muchas cosas, pero, ¿no habrá algo en que hemos de acertar?


Se suele decir que para llenar una vida es necesario tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Sin embargo, yo conozco a personas que no han hecho ninguna de estas tres cosas y cuya vida me parece un acierto. Y conozco también a personas que han tenido hijos y han escrito libros y cuya vida no parece muy acertada.

Sin duda, hay mucha sabiduría popular en ese dicho, pues, en definitiva, cuando se habla de tener un hijo, plantar un árbol o escribir un libro, se está apuntando a algo fundamental. En la vida se acierta cuando se vive un amor fecundo, capaz de engendrar vida o hacer vivir a los demás. Sólo este amor justifica y llena una vida.

De ahí la dura amenaza que se escucha en el trasfondo de esa parábola de los viñadores que, lejos de entregar los frutos de su trabajo, dan muerte al hijo del dueño. Se les quitará todo para dárselo a otros labradores que «entreguen los frutos a su tiempo». Hay muchas formas de «perder la vida». Basta dedicarse a hacer cada vez más cosas en menos tiempo, creyendo que por el hecho de «hacer cosas» se vive más. Es una equivocación. Por muchas cosas que uno haga, si vive sin amar y sin poner vida en las personas y en el entorno, estará vaciando su vida de su contenido más precioso.

Corre por ahí una reflexión de Luis Espinal, sacerdote jesuita, asesinado en 1980 en Bolivia. Dice así: «Pasan los años y, al mirar atrás, vemos que nuestra vida ha sido estéril. No la hemos pasado haciendo el bien. No hemos mejorado el mundo que nos legaron. No vamos a dejar huella. Hemos sido prudentes y nos hemos cuidado. Pero, ¿para qué? Nuestro único ideal no puede ser llegar a viejos. Estamos ahorrando la vida, por egoísmo, por cobardía. Sería terrible malgastar ese tesoro de amor que Dios nos ha dado.»

Recuerdo que, al morir Juan XXIII, aquel Papa bueno que introdujo en la iglesia y en el mundo un aire nuevo de esperanza, de bondad y de convivencia pacífica, el cardenal Suenens pudo decir que «dejaba el mundo más habitable que cuando él llegó». De Jesús quedó este recuerdo: «Pasó toda la vida haciendo el bien.» A alguno le parecerá tal vez poco. Para el cristiano es el mejor criterio para vivir con acierto.
Jose Antonio Págola

30.9.11
Monseñor José Mazuelos Pérez, presidió ayer jueves la Eucaristía que tuvo lugar en nuestra Parroquia, enmarcada en el solemne Novenario a Nuestra Señora del Rosario  y que concelebró con D. Luis Piñero Carrasco Párroco de la misma y D. Jacinto Naharro Alcázar .


En todo momento se mostró cercano con los numerosos fieles que llenaban el templo y con la naturalidad del Pastor que conoce a su rebaño, quiso destacar en su homilía cómo la Santísima Virgen aceptó la misón de los Arcangeles Miguel, Rafael y Gabriel.

Ntra. Sra. del Rosario

"...¿Quién como Dios?..." La humanidad no puede ir construyendo la verdad, no debe ir haciendo funciones de Dios, porque al final llegará a una meta, antítesis de la verdad misma que siempre prevalece. La Verdad es Jesucristo, "... ese niño dormido que nos presenta la Santísima Virgen ...".

Igual que "... La esperanza en la verdad ..." que la santísima Virgen mostró ante la Anunciación, debe ser el sosten de todos los creyentes como ha quedado demostrado en la reciente JMJ por miles y miles de creyentes.  La esperanza en conseguir un mundo basado en el amor que cada día Jesucristo nos inyecta y que deja fuera de juego ... al dragón ...

Y del mismo modo que "... La medicina de Dios ..." en la que confió la Santísima Virgen y en la que todos debemos fundamentar nuestra esperanza,  Jesucristo, "... ese niño dormido que nos presenta la Santísima Virgen ...".

La celebración estuvo en todo momento llena de cercanía a Nuestra Señora del Rosario, que presidía el Altar Mayor de nuestra Parroquia y a la que cantó la Coral Parroquial, un grupo de jovenes voces y el pueblo asistente. 


23.9.11
Emotivo inicio del Solemne Novenario a Nuestra Señora del Rosario, del que participamos numerosos fieles y devotos. D. Luis Piñero Carrasco, que celebraba su décimo aniversario como sacerdote, quiso solicitar de todos los presentes una perspectiva del devenir diario como un acontecer marcado por los designios del Padre.




Y quiso destacar en su homilía que “… contemplar a la Virgen María Madre de los sacerdotes, significa detenerse ante el Fruto de su seno: Jesús, el Sumo y eterno Sacerdote…” 

La Iglesia ha comprendido desde los inicios el lugar de María: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo la han elevado al espacio salvador central de la Redención. El centro es Él, el Señor crucificado y resucitado; Ella es colocada, justamente como Madre, junto al Hijo.

Ella, que antes que todos y más que todos se ha donado al Hijo, recibió como don ese Corazón Inmaculado que, de la Anunciación en adelante, a cada palpitar, pudo repetir: "Señor mío y Dios mío" y siempre: "¡Hijo mío!".

El sacerdote, “…por su identificación y conformación sacramental con el Hijo de Dios y de Santa María, puede y debe sentirse verdaderamente hijo muy querido de esta altísima y humildísima Madre y dejarse decir por Ella: "¡Hijo mío!"…”

“….El Papa Benedicto XVI nos ha iluminado acerca de esto y nos ha dicho que podemos pertenecer a Cristo "únicamente en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos 'un cuerpo', aunados en una única existencia" (Deus caritas est. n. 14).María. Madre de los sacerdotes y de todos los creyentes, atrae a todos hacia el centro de la Redención, sacándonos de ese diabólico egocentrismo que nos aleja de la matriz divina…”

Sí, también y especialmente a los sacerdotes, "María, la Virgen, la Madre, les enseña qué es el amor y dónde tiene su origen, su fuerza siempre nueva" (Papa Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 42).

Desde este espacio le hacemos llegar nuestra más sincera enhorabuena por su aniversario como Sacerdote y le deseamos que siga creciendo en su magisterio y en el servicio a los demás.

14.9.11
La JMJ ha sido, para los que hemos participado, una experiencia inolvidable que queremos compartir con todos los lectores de nuestro blog. Al mismo tiempo nos servirá a nosotros mismos para asimilar todas las viviencias que tuvimos con la distancia de algunas semanas.

Para ver mas fotos pica en la imagen y visita nuestra fotogalería.



5.9.11


Queridos jóvenes:

He pensado mucho en vosotros en estas horas que no nos hemos visto. Espero que hayáis podido dormir un poco, a pesar de las inclemencias del tiempo. Seguro que en esta madrugada habréis levantado los ojos al cielo más de una vez, y no sólo los ojos, también el corazón, y esto os habrá permitido rezar. Dios saca bienes de todo. Con esta confianza, y sabiendo que el Señor nunca nos abandona, comenzamos nuestra celebración eucarística llenos de entusiasmo y firmes en la fe.

* * *
HOMILÍA

Queridos jóvenes:

Con la celebración de la Eucaristía llegamos al momento culminante de esta Jornada Mundial de la Juventud. Al veros aquí, venidos en gran número de todas partes, mi corazón se llena de gozo pensando en el afecto especial con el que Jesús os mira. Sí, el Señor os quiere y os llama amigos suyos (cf. Jn 15,15). Él viene a vuestro encuentro y desea acompañaros en vuestro camino, para abriros las puertas de una vida plena, y haceros partícipes de su relación íntima con el Padre. Nosotros, por nuestra parte, conscientes de la grandeza de su amor, deseamos corresponder con toda generosidad a esta muestra de predilección con el propósito de compartir también con los demás la alegría que hemos recibido. Ciertamente, son muchos en la actualidad los que se sienten atraídos por la figura de Cristo y desean conocerlo mejor. Perciben que Él es la respuesta a muchas de sus inquietudes personales. Pero, ¿quién es Él realmente? ¿Cómo es posible que alguien que ha vivido sobre la tierra hace tantos años tenga algo que ver conmigo hoy?

En el evangelio que hemos escuchado (cf. Mt 16, 13-20), vemos representados como dos modos distintos de conocer a Cristo. El primero consistiría en un conocimiento externo, caracterizado por la opinión corriente. A la pregunta de Jesús: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?», los discípulos responden: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Es decir, se considera a Cristo como un personaje religioso más de los ya conocidos. Después, dirigiéndose personalmente a los discípulos, Jesús les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde con lo que es la primera confesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». La fe va más allá de los simples datos empíricos o históricos, y es capaz de captar el misterio de la persona de Cristo en su profundidad.

Pero la fe no es fruto del esfuerzo humano, de su razón, sino que es un don de Dios: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Tiene su origen en la iniciativa de Dios, que nos desvela su intimidad y nos invita a participar de su misma vida divina. La fe no proporciona solo alguna información sobre la identidad de Cristo, sino que supone una relación personal con Él, la adhesión de toda la persona, con su inteligencia, voluntad y sentimientos, a la manifestación que Dios hace de sí mismo. Así, la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», en el fondo está impulsando a los discípulos a tomar una decisión personal en relación a Él. Fe y seguimiento de Cristo están estrechamente relacionados. Y, puesto que supone seguir al Maestro, la fe tiene que consolidarse y crecer, hacerse más profunda y madura, a medida que se intensifica y fortalece la relación con Jesús, la intimidad con Él. También Pedro y los demás apóstoles tuvieron que avanzar por este camino, hasta que el encuentro con el Señor resucitado les abrió los ojos a una fe plena.

Queridos jóvenes, también hoy Cristo se dirige a vosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Respondedle con generosidad y valentía, como corresponde a un corazón joven como el vuestro. Decidle: Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone.

En su respuesta a la confesión de Pedro, Jesús habla de la Iglesia: «Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». ¿Qué significa esto? Jesús construye la Iglesia sobre la roca de la fe de Pedro, que confiesa la divinidad de Cristo. Sí, la Iglesia no es una simple institución humana, como otra cualquiera, sino que está estrechamente unida a Dios. El mismo Cristo se refiere a ella como «su» Iglesia. No se puede separar a Cristo de la Iglesia, como no se puede separar la cabeza del cuerpo (cf. 1Co 12,12). La Iglesia no vive de sí misma, sino del Señor. Él está presente en medio de ella, y le da vida, alimento y fortaleza.

Queridos jóvenes, permitidme que, como Sucesor de Pedro, os invite a fortalecer esta fe que se nos ha transmitido desde los Apóstoles, a poner a Cristo, el Hijo de Dios, en el centro de vuestra vida. Pero permitidme también que os recuerde que seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir «por su cuenta» o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él.

Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de otros. Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha ayudado a conocer mejor a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor. Para el crecimiento de vuestra amistad con Cristo es fundamental reconocer la importancia de vuestra gozosa inserción en las parroquias, comunidades y movimientos, así como la participación en la Eucaristía de cada domingo, la recepción frecuente del sacramento del perdón, y el cultivo de la oración y meditación de la Palabra de Dios.

De esta amistad con Jesús nacerá también el impulso que lleva a dar testimonio de la fe en los más diversos ambientes, incluso allí donde hay rechazo o indiferencia. No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios. Pienso que vuestra presencia aquí, jóvenes venidos de los cinco continentes, es una maravillosa prueba de la fecundidad del mandato de Cristo a la Iglesia: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). También a vosotros os incumbe la extraordinaria tarea de ser discípulos y misioneros de Cristo en otras tierras y países donde hay multitud de jóvenes que aspiran a cosas más grandes y, vislumbrando en sus corazones la posibilidad de valores más auténticos, no se dejan seducir por las falsas promesas de un estilo de vida sin Dios.

Queridos jóvenes, rezo por vosotros con todo el afecto de mi corazón. Os encomiendo a la Virgen María, para que ella os acompañe siempre con su intercesión maternal y os enseñe la fidelidad a la Palabra de Dios. Os pido también que recéis por el Papa, para que, como Sucesor de Pedro, pueda seguir confirmando a sus hermanos en la fe. Que todos en la Iglesia, pastores y fieles, nos acerquemos cada día más al Señor, para que crezcamos en santidad de vida y demos así un testimonio eficaz de que Jesucristo es verdaderamente el Hijo de Dios, el Salvador de todos los hombres y la fuente viva de su esperanza. Amén.

Anfora y Corazón

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